sábado, 6 de junio de 2009

el eѕpejo мágιco

Me contó lo que le ocurrió una vez con un espíritu que decia buscar venganza. Mientras hablaba, pude observarlo todo lo que quise. Tenía un cuerpazo. Su melena negra azabache caía ligera sobre sus hombros. Manos fuertes y grandes… parecían suaves. Una espalda ancha y un torso bastante moldeado. Me encantaba… Llevaba un tatuaje en su hombro derecho. Una extraña “s”. Le interrumpí en su historia.
-¿Cuantos años tienes?.-dejó de hablar y me miró sorprendido.
-¿Cuantos crees?
-Bueno… siempre he pensado que tenías mas o menos mi edad…-creo que me sonrojé un poco.
-Acaso tengo pinta de quinceañero?.-parecía algo molesto.-De eso nada pequeña! Ya mismo los veinte!.-me dedicó una sonrisa traviesa.
-Oh!.-como se me había podido ocurrir… sin embargo lo había visto crecer conmigo.- ¿Y ese gran espejo para que es?-.intentando disimular y cambiar de tema.
-El espejo… bueno… lo tengo en casa desde que puedo recordar. A veces, cuando intento hablar con “ellos” y no lo consigo, aparecen esas grietas… No sé a que se debe realmente. Creo que… atrapa a los que no son de fiar, ya sabes, a los espíritus con un mal aura.
-Parece imposible que el cristal no haya caído hecho pedazos tal y como está.
-Es un espejo mágico!!-dijo con un divertido y alegre.-no le pegaba en absoluto.- sacó un paquete de tabaco-¿Te hace uno, Leah?
-Yo no… no fumo.
-Cambiarás, jeje. Sobre todo cuando pruebes esto.-y preparó otro de sus cigarros.
Mientras lo hacía, seguí observándole, y cada vez me parecía mas guapo, bello, hermoso, llegué a pensar que los rasgos de su cara eran demasiado perfectos… divinos. Cuanto más lo miraba, más me atraía. Sabía que no podía negarle nada. Odio el tabaco y todo lo que se puede mezclar con él. Su repulsivo olor y sus conocidos efectos a largo y corto plazo.
-Aquí tienes pequeña-y me ofreció la hierba con su jodida sonrisa irresistible-Te lo encenderé…
-¡Anda trae!-lo prendí y absorbí una enorme calada, al fin y al cabo, no quería que pensara mal de mí-.
-Eres genial Leah!!
Vale, odiaba los porros, pero si él me los ofrecía… No podía negarle nada. Y después de todo, ¡no estaba tan mal.
Continuamos conversando sobre nuestros gustos y aficiones. En una ocasión me dijo que me parecía mucho a alguien que había conocido. Me contó el plan que había para el día siguiente. Llamaría a dos amigas, una de ellas médium, para poder realizar la sesión de espiritismo. Sería sobre las doce de la noche. Y lo más importante era que no tuviera miedo. Miedo yo? Era pánico.
Por fin decidimos irnos a la cama. Le pedí que durmiera conmigo. Me daba miedo aquella casa, el espejo, el tablero de invocación, incluso Luís daba miedo a veces, su rostro perfecto y su linda sonrisa.
Me tumbé de lado, de espaldas a él, y él de lado mirando hacia mi espalda.
Cerré los ojos, y empecé a pensar en mi madre. ¿Por qué… ahora? Quiero decir, si fallece la madre de uno, lo más normal es que quede destrozado. Yo no. Simplemente lo había tomado como algo inevitable. Inesperado, pero inevitable. ¿Tan poco me importaba ella? Imposible, era a quien más quería, y había querido jamás, pero la vida es así de interesante. Todos los días pasa algo, por pequeño que sea, que te hace cambiar en mayor o menos medida la forma de pensar. ¿Qué sería lo que me había convertido en insensible? O quizá tengo un concepto diferente de lo que todos consideran normal. O no. Puede que no sepa como demostrar lo que siento. Quizá la manera de demostrarlo es diferente. No puedo explicarme como me había tomado tan naturalmente el adiós de mi madre. ¿Cómo había muerto? Mañana hablaría con ella. ¿Estaría enfadada? Cientos de preguntas daban hachazos de incertidumbre en mi cerebro. Y Luís… el siempre lo sabe todo… Como si leyera en mi cabeza… Dejé de pensar cuando noté su rostro cerca de mi.

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